martes, 9 de marzo de 2010

Alma Soto - autobiografía citadina

La ciudad no está hecha a mi medida. Yo de por sí soy chiquita, pero esta ciudad crece a un ritmo espantosamente rápido, todos los días, frente a mis ojos.

Siempre viví en el oriente de la ciudad, me gustaba alzar la vista y ver muy cerca los aviones que prometían destinos nuevos.

Vivo lejos de todo desde siempre. Por eso  el sur y el centro se abrieron como nuevas ciudades ante mí. Y qué decir del norte y su metrópolis...

Como vivíamos lejos de todo, cuando era niña mi papá nos llevaba en auto a los parques a jugar, a patinar, a aprender a andar en bicicleta, a cazar ajolotes, a volar papalotes.

A veces sólo nos arrullaba en el auto, nos subíamos, y como todo estaba lejos, la ruta siempre daba tiempo hasta para dormirse, mi padre manejaba varias vueltas alrededor de una o dos cuadras, y regresaba a la casa. A veces nos decía que habíamos ido al parque, habíamos corrido mucho y estábamos cansados, debíamos dormir.

Esos mismos parques, me parecían ciudades y todavía se puede uno perder en ellos, escalar sus esculturas de bronce, sonreírles, conversar con sus pajaritos y sus ardillas. Esos parques que me vieron crecer, para dolor mío, también se han llenado de basura, de delincuentes, de miedo, y se han vaciado de niños. Están ahí, como templos ancestrales abiertos al universo. Se han hecho pequeños.

Muchos caminos y veredas que yo creí largos, que caminé a paso de gallo-gallina con mi uniforme de secundaria puesto, se han deslavado bajo interminables lluvias, se han ahogado en terribles inundaciones.

Otros mapas se fueron trazando conforme el tiempo pasó, pero yo no crecí demasiado, así que todo me queda grande en esta ciudad, que ya de por sí se amplía a cada paso. 

Mis primeros mapas se han unido con muchos nuevos nortes, yo, que nunca traigo brújula, los enebré con muchas ciudades: en la ciudad deportiva entregué mi primer beso honesto de mujer honesta, y me gusta entrar en esa ciudad consagrada al deporte, a bailar en ese foro que me ha visto saltar durante nueve horas... En la ciudad universitaria volví a nacer, nací con nuevos hermanos y me convertí en guerrera antes que en licenciada.

Muchas otras de mis rutas favoritas, con edificios desafiantemente altos en esta ciudad sísmica, se han vuelto casas de eco. Se oyen voces de protesta, que exigen justicia, que claman por un oído atento. Esas mismas rutas las aplanan cientos de miles de pies, inconformes, buscando un lugar para estar, un lugar donde vender y donde comprar.

Nací en la ciudad de México, tierra de gente necia. Porque estar aquí es un desafío a toda lógica, una ciudad que fuera un lago que se inunda de aguas negras, pobreza, vendedores ambulantes, ruido, basura y smog.  Es casi el paraíso del Ecoloco.

Me gusta esta ciudad por necia. Porque nos amarra, nos seduce, y porque aunque nos acosa, nos abraza o nos escupe de sus adentros, no nos vamos.

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