domingo, 7 de marzo de 2010

Gustavo Villagrana - Viaje al sur


Para aquellos que tenemos la bendición/maldición de vivir en la gigantesca Ciudad de México resulta familiar ver nuestras vidas influidas en gran medida por esta urbe. En mi caso empecé a sentir eso desde que tenía seis años.
1985, el año en que la tierra se sacudió como nunca en el D.F. provocando el temblor más fuerte registrado en la historia de esta ciudad. Presenciando todo desde el  quinto piso de un edificio de apartamentos, me tocó la sacudida más impresionante de mi vida a esa corta edad. Mi familia y yo salimos ilesos de ese primer asalto, pero aquel terremoto provocaría réplicas determinantes en el resto de mi vida. Réplicas que me afectan hasta estos días.
Aunque mi casa sobrevivió, el lugar de trabajo de mi madre no corrió con la misma suerte. El edificio, ubicado en la zona céntrica de la ciudad, colapsó como una casa de cartas dejándonos a todos sumidos en la incertidumbre. ¿Qué pasaría con todos esos trabajadores?
Unas pocas semanas después surgió la solución y ésta habría de marcar de manera contundente todo el rumbo de mi vida. Fue algo sencillo en realidad. El sitio de trabajo de mi madre fue trasladado del centro al sur de la ciudad. 
Un cambio de zona al que todos nos tendríamos que adaptar. Junto con ella seguí yo. Siendo que mi madre trabajaba al sur, ella necesitaba tener a sus hijos cerca por cualquier eventualidad, así que fui inscrito en una escuela ubicada en esa misma zona. De esa forma comenzó mi vida en dos zonas, residiendo en el centro y estudiando en el sur.
Desde muy pequeño tuve que acostumbrarme a los largos traslados. Nos levantábamos muy temprano y nos alistábamos para nuestro viaje al sur. La avenida Insurgentes, en aquel entonces completamente libre de metrobús, era nuestro trayecto diario, tanto en la ida como en el regreso. 
Por muchos años vi a través de los cristales del auto el vacío e inconcluso hotel de México (hoy en día, el WTC). Por muchos años éste y otros edificios fueron parte de un paisaje urbano que lenta e inexorablemente cambiaba y se transmutaba día con día.
Pronto se volvió necesario utilizar otros medios para movilizarme. Estaba en los últimos años de primaria cuando comencé a usar el transporte público (combi en San Fernando que te lleva al Metro C.U.). 
Aunque en los traslados de ida disfrutaba de la comodidad del auto familiar, en muchas ocasiones el regreso implicaba utilizar el metro. Al principio bajo la guía de mi hermano y después solo. Para cuando comencé la secundaria el metro era parte cotidiana de mi vida.
Desde la primaria hasta la universidad la situación no tuvo cambios significativos. Los largos traslados en diversas formas de transporte fueron siempre parte intrínseca de mi vida. Para cuando terminé la secundaria estaba tan acostumbrado que no me importó apuntarme para un bachillerato en el sur. Y, siendo que la universidad más importante del país se encuentra también en ésta zona de la ciudad, fue simplemente un paso natural estudiar también allí.
Mi constante presencia en el sur tuvo efectos notorios en mi vida. Mis relaciones más importantes tuvieron lugar en estos rumbos. Toda escuela a la que asistí estaba habitada casi en su mayoría por personas de los alrededores y fue con estas personas que forme las amistades y relaciones más significativas. 
Éstas a su vez me llevarían a conocer otras amistades en esta misma zona y de esa manera poco a poco mi vida se fue acomodando en ésta parte de la ciudad. Eso no ha cambiado hasta el día de hoy. Aunque mis estudios han terminado, he vinculado tanto mi vida al sur que me resulta casi imposible deslindarme de esta zona. 
En años recientes di el siguiente paso y me trasladé a vivir con un amigo allá cerca de C.U. Finalmente la ciudad me llevó a ubicarme en esta zona, tan relevante en mi historia y en donde, finalmente,  se desenvuelve todo el círculo de mi vida.

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