domingo, 21 de marzo de 2010

PALABRAS de Rocío en la presentación de la Revista Transeúnte 19-marzo-2010

Buenas noches a todos, gracias por acompañarnos. Buenas noches a la mesa.

     Agradezco a la Dirección de Educación y Cultura de la Delegación Azcapotzalco y muy especialmente a David Zaragoza y a la Casa de Cultura por el espacio y todo el apoyo.

     Si tuviéramos que describir en una ficha técnica el producto Revista Transeúnte, no bastaría con mencionar que mide 22 x 22 cm, que consta de 24 páginas contenidas en forros, que fue impresa digitalmente unas hojas en color, otras en negro; también habría que mencionar “lo otro” que contiene: un manojo de deseos y perversas intenciones, sujetados por un par de pequeñas grapas.

     En esa primera reunión (de la que habló Aura) encontramos que todo lo que teníamos en común era una imperiosa necesidad por gritar “aquí estoy, escúchame”.

     Algo así como cuando en medio del salón de clases de la primaria, uno deseaba levantar la mano y decirle a la maestra: “no creo nada de eso, creo que me mientes. ¿Cómo es posible que los dinosaurios se transformaran en gallinas?”

     Nos unía una cierta desconfianza en que los ríos de información que hablan de nosotros y nuestra vida en esta ciudad no reflejaran nuestros rostros al mirarnos. Y así comenzó la tortuosa historia.

     ¿Cómo decirle al otro qué estoy aquí, que pienso, que siento, que soy más que un número de la estadística, mucho más que una papeleta en las urnas? Así apareció la idea del contacto, de volver a vernos las caras, platicar y saludarnos de mano. ¡Hacer contacto, vaya problema!

     ¿Cómo, en medio de un momento donde la virtualidad nos absorbe como aspiradora y el ensimismamiento nos borra el rostro, podemos aspirar al contacto físico? Para quitarnos de problemas, podríamos lanzar una cantidad de comentarios al limbo de la web, pero eso no es suficiente. No queríamos simplemente ser otra fría serie de código binario.

     Imaginamos lo agradable que sería poder estar entre las manos que garabatean muñequitos en la clase, que tienen las uñas llenas de pintura de aerosol, que sujetan la chela en las cantinas, que cierran el portafolio para ir a casa.

     Supimos que nos gustaría ocupar el tiempo de un traslado en el metro, compartir el espacio de las mochilas junto al cuaderno de apuntes, que hojearan nuestras voces y les permitieran resguardarse entre el último número de El Chamuco y la novelota de Fuentes.

      Materializarnos en algo tangible y palpable, un objeto pequeño y nostálgico que se pudiera “tener” en las manos.

     Volvimos a casa a recuperar los escritos e imágenes que se comenzaron en algún momento y no fueron terminados por creer que a nadie le importaban. Que estaban allí, traspapelados entre los archivos viejos de la computadora y los cajones de “cosas” que uno, por alguna razón, se rehúsa a desechar.

     Todos, de un modo u otro, hacían referencia a nosotros mismos o a nuestra manera de vivir una ciudad que parece tenernos tan olvidados.

     En medio de las palabras y los colores de nuestros hallazgos desempolvados vimos emerger una tremenda muralla, construida con nuestro poderoso desconocimiento.

     Novatos, el proyecto de creación de una revista estaba cimentado en nuestras pequeñas habilidades concernientes a la disciplina en que nos ha encasillado la universidad, pero nadie tenía una experiencia editorial del tamaño de tan grandes expectativas.

     Cuando surgió la idea de “esto”, una revista, lo único que teníamos bien claro es que contendría letras y que entre tanta letra le vendrían bien unos gráficos; para que fuera más atractiva. Afortunadamente comenzamos a pensar en texto y en imagen.

     Surgieron las cuestiones sobre el texto visual y escrito, sobre la construcción narrativa y la sintaxis. Y brotaron y brotaron preguntas hasta chorrear el piso. Entonces decidimos que, podríamos intentar un equilibrio entre el texto visual y la imagen escrita, lo que se convirtió en la máxima y pesadilla de una meta a la que le falta mucho ejercicio.

     ¿Y qué hay de esa cosa llamada “estilo”? Cuando llegamos a esta pregunta, comenzamos con el problema del “otro”, ése, con quien queremos tener contacto. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Qué hace? ¿Por qué habría de leernos? ¿Por qué habría de importarle?

     Y lo más cercano a una respuesta fue: “porque seguramente él ha pensado o sentido lo que yo, porque se parece a mí, porque su vida no es demasiado diferente a la mía, porque seguramente también siente que los emporios de la comunicación no le dicen nada, y sobre todo porque también está aquí”.

     Así que, si lográbamos hacer un objeto que en unas cuantas páginas pudiera recordarle un poco de sí mismo, habríamos ganado la primera batalla.

     La idea de un fanzine, como aquellas publicaciones underground muy subversivas generadas por grupos contraculturales, fue la primera que pareció viable. Pero para hacer honor a quién honor merece - al fanzine - necesitábamos ser un grupo que rindiera culto a algo o colgarnos de alguna contracorriente, lo cual no hablaba mucho de nosotros. Por lo que dejamos que esta cosa, llamada revista, fuera tomando su propia forma.

     Ante la falta de un concepto global como guía de estilo y las diferencias de forma y contenido entre cada colaboración, nuestro punto de encuentro fue el territorio, nuestra querida Ciudad de México. Así se forman, de una en una, colaboraciones que nos llevan, desde la ficción, a pensarnos en lo individual de las prácticas en la ciudad, al entendido cotidiano.

     Al no ser una revista especializada y apuntar a un público tan amplio, corremos el riesgo de que ese “tan amplio público” pueda no ser de asiduos lectores. Como estrategia, retomamos la idea de las letras acompañadas con gráficos, algunas formas familiares poco detalladas, unas manchas o marcas como primer gancho para el encuentro con el texto.
Pretendemos estar más cerca de algo como los maravillosos libros infantiles ilustrados, que de las sofisticadas explosiones de formas y colores de las revistas de diseño.

     Se procuró que, en los casos posibles, el autor estuviera completamente involucrado con la ilustración que acompaña sus palabras y la corrección de sus planas, que él fuera quien tomara las últimas decisiones de estilo e imagen. Este contacto disciplinario nos permitió conocer y entender más cercanamente el trabajo de todos.

     Como productores de artes visuales nuestra participación en medios impresos generalmente es para “adornar a”, o como “apoyo ilustrativo de”. Con suerte y un medio tiene unas páginas en couché donde presenta a un productor y su obra.

     Nosotros apostamos a que las colaboraciones visuales y las escritas sigan las mismas reglas del juego. Que el productor visual no tema que sus imágenes terminen en un viñeta o mutiladas por el formato.

     Como profesionales en nuestra rama, fuimos aprendiendo el camino de una publicación impresa. Tuvimos aciertos y tropiezos. Hasta ahora hemos logrado que el criterio de selección del contenido de cada número esté basado en el diálogo y la confrontación de perspectivas del equipo completo.

Así apareció la Revista Transeúnte.

     Visto hacia atrás, suena relativamente sencillo un proceso que se tardó en definir casi dos años de trabajo. Un producto titulado como el personaje citadino anónimo que se desplaza de aquí para allá.

     Porque la intención es No Estacionarse, es avanzar hacia donde sea que nos lleven las emociones y las ideas; fitipaldear en las avenidas; aventurarse a tomar un taxi; imaginar un universo paralelo que va de la ventanilla cuatro a la cinco del banco; tener pequeños encuentros eróticos en la red; reírse un poco en medio de la trágica violencia; porque se vale sentirse sólo; se vale imaginar que un día todo esto se derrumba.

     Se vale inventar personajes y tener varios rostros. Somos los transeúntes que huimos de una ciudad impuesta, hostil y caótica que a ratos parece engullirnos. Caminantes que paso a paso reconstruimos una geografía más amable producto de la experiencia de estar y vivir aquí.

     Sabemos que existen miles de transeúntes que también quieren levantar la voz y soltar unas cuantas maldiciones que hasta ahora han sido calladas por no encontrar la ventana para sacarlas. Por eso estamos aquí, porque éste puede ser el medio en que, de mano en mano, se escuchen esas palabras ahogadas.

     Éste no pretende ser el proyecto de unos cuantos, la idea es que en cada número se sumen nuevos colabores con los cuales tejer ese complejo entramado que es la Ciudad de México.
A los presentes, los invitamos a colaborar.

     Y a todos los que directa e indirectamente apoyan en el desarrollo del proyecto Transeúnte: Arte, Comunicación y Culturas, les damos nuestra gratitud. Por su atención, muchas gracias.

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Rocío Montoya Uribe es directora general y de arte del ejemplar #00 de la revista Transeúnte y forma parte de su consejo editorial.

Es Licenciada en Artes Plásticas egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, artista visual y diseñadora.


Ha participado en más de 20 exposiciones de arte contemporáneo, individuales y colectivas, en gráfica, fotografía e instalación, en recintos como el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Auditorio Nacional, el Centro Cultural Jaime Sabines y recientemente en la Estación Indianilla.
 

Ex becaría Jóvenes Creadores del FONCA en el área de gráfica. Actualmente, es seleccionada por la Guía de Artistas Emergentes CUADRO 2009-2010 que se presenta en el Polyforum Siqueiros y en el Museo Reyes Mesa, y se encuentra preparándose para entrar a la maestría en Artes Visuales, con especialidad en Fotografía, que se imparte en la Academia de San Carlos.

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